Una foto para mamá
Carmen lloró toda la noche, pero se levantó como si nada y se fue al trabajo. La llamé a media mañana para preguntarle cómo estaba. Quería explicarle que tomarnos un tiempo era lo mejor para los dos, que ya no daba más lo de las mentiras y la situación con mi madre, pero no me atendió. Me la imaginé yendo al baño de la oficina a ponerse gotitas en las ojos para camuflar todo lo que lloró, a taparse las ojeras, y a robarse un jabón. Lo mejor era darle tiempo para que procese el enojo y vuelva a la carga con todo el veneno del mundo, y aprovechar ahí para armar el bolso y mudarme a un hotel.
Este relato fue elegido semifinalista del Segundo Mundial de Escritura 2020
Esa tarde volvió a casa más temprano. Cuando escuché las llaves en la puerta cerré la compu porque supe que se venía una charla complicada. Tenía la cara cambiada, más vieja, como de merca. El tono de voz estaba corrido apenas unos decibeles, pero yo lo noté. Varias bolsas de compras en las manos y un entusiasmo raro, como de payaso. Que nos habíamos ganado un viaje a Brasil. Algo de un cliente nuevo de la oficina, no entendí bien. En eso sonó el teléfono de línea. Supe que era mi madre porque nadie más nos llamaba al fijo. Atendió Carmen todavía con las bolsas en la mano. Era mamá. Le contó a los gritos que nos habíamos ganado un viaje a Brasil todo pago y me pasó el teléfono, todavía sin saludarme. Mi vieja me felicita con exageración, yo sigo sin entender mucho pero prefiero no preguntar. Qué bien que les va a venir ésto, hace cuánto que no se van a ningún lado. Cambiar de aire es salud, ya los estoy extrañando. Se ofreció a llevarnos a Ezeiza.
Ese viernes nos tomamos un café carísimo con mamá en el aeropuerto y al rato me encontré siguiendo a Carmen por el free shop, ayudándola a decidir entre el perfume más floral o el más seco. Llevo los dos, el más floral para tu mamá. Los días en Brasil fueron pasando como una película, o un sueño. Como algo irreal. Carmen trató de hablar todo el tiempo en portugués, lo que la volvió más despreocupada y con menos cosas para decirme. No volvimos a tocar el tema de separarnos y tampoco volvimos a cojer.
Carmen se hizo amiga de un matrimonio de argentinos que estaban de luna de miel. "No, pero estamos buscando" la escuché decirles, aunque no se animó a proponerme cenar los cuatro juntos. Cuando al final de los cinco días vino la combi para llevarnos de vuelta al aeropuerto, ella me mandó a cargar los bolsos pero la ví sacar la tarjeta. ¿No era un premio? Que las bebidas no estaban incluídas, me dijo nerviosa en el mostrador mientras el chico de recepción probaba una y otra vez y con mucha amabilidad le pidió otra tarjeta porque ésta no pasaba. Dejá pago yo, y estiré el brazo delante de Carmen. Pensé que iba a morderme. Gritó, revoleó las mochilas, pidió el teléfono para llamar al banco. El chico, mientras le decía que sí a todo, se agarró a mi tarjeta con fuerza. Carmen intentó manotearla pero se le salió un aro. La abracé y le dije "Está bien. Es todo mentira". Se puso a llorar. Perdió la compostura acartonada que sostuvo desde aquella mañana que se fue al trabajo con los ojos rojos y el plan a medio cocinar. Habrá terminado de tomar la decisión alentada por mi madre, dispuesta a cualquier cosa. Las risas nerviosas de las dos en el auto camino a Ezeiza. Hasta pelearon por pagar aquel café absurdo. Todo mentira.
En el avión no hablamos ni una palabra. Aterrizamos y fuimos directo a tomarnos el micro al centro, sin pasar por el free shop. Cuando llegamos a casa me metí en la ducha y la escuché llorar mientras hablaba con mamá. Salí mojado, con la esponja en la mano, y me senté en la cama al lado de ella. Podía escuchar los tonos agudos de mi madre a través del celular de Carmen como ahogados por una almohada. Al mismo tiempo que escuchaba la voz de mi mamá, me miraba la pija. Le saqué el teléfono de la mano y lo apoyé en la mesa de noche. Mamá alzaba la voz "¿estás ahí?" "Sí, sí," le contestó Carmen un poco tensa. Le pasé la esponja por la cara hasta borrarle todo el maquillaje. "Tu mamá" dijo ella, con una sonrisa fabricada. Le pasé las esponja por las tetas. Puse el teléfono en altavoz y le saqué fotos a esas tetas hechas, chorreadas de agua y colorete. Me miró cómplice, mientras se acomodaba el cabello con gesto nervioso. Mamá, más, fotos, uno, de nuevo más, foto, foto, OK, flechita. Carmen oyó el swushhhh de "enviado" y se puso a gritar como loca. Mamá también, pero las dos demasiado culpables para animarse a marcar el 911. "Fue idea de ella," con cara de víctima. "Está mamá en alta voz" le recordé. Sin dudarlo, me mordió el labio para robarme un gemido. Nos acomodamos para tener sexo de mentira por última vez.