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Mamá, no soy gay, soy un varón cis pansexual poliamoroso

La semana pasada estuve en el Foro Internacional del Orgullo y la Inclusión organizado por la Dirección de Gestión Preventiva y Promoción de la ciudad de Concordia, a cargo de Bernardita Zalisñak y su formidable equipo. Me invitaron a hablar sobre activismo e inclusión pero es mucho más lo que aprendí tomando mate con lxs compañerxs que de las ideas que pude haber hilvanado para la presentación. Tuvimos una apretada agenda de entrevistas radiales y televisivas. En los cafés que tomamos con Bernardita entre una entrevista y otra, repasamos un programa de valores e ideas que se hacía cada vez más fuerte, más claro y más potente.  Si a la primera entrevista llegué con tono conciliador y la compostura de un (mal que me pese) porteño palermitano, en la última me encontré buscando el encendedor para lanzar la primera Molotov. Porque es verdad que #concordiateincluye, pero después de unos días también te prende fuego. Un fuego prometeico, de esos que son propulsores de acontecimientos.

Entre muchas visitas nos llevaron a conocer el comedor que la compañera trans Marisa Soledad Martínez armó hace veinticuatro años en las afueras de la ciudad. Empezó cocinando en una fogata al aire libre con lo que ganaba de la prostitución y hoy alimenta diariamente a más de trescientas personas. Mientras nos cuenta su historia, compañeras y compañeros orbitan a su alrededor ocupados en la gestión del comedor. Con una soltura que sería la envidia de Judith Butler, Marisa hace juegos de palabras con la identidad de género y orientación sexual de los presentes. Se ríe fuerte, nos cuenta cuando corrió a un político oportunista con un cuchillo de cocina de “este tamaño” separando las manos unos cuarenta centímetros; de la pareja que formó hace veintiocho años y de su hijo de dieciocho que la acompañaba al médico cuando todavía no teníamos ley de identidad de género y los médicos se empecinaban en llamarla con el nombre de varón asignado en su DNI. Se hace tiempo también para flirtear con el más churro de nuestra comitiva, que se pone rojo de nervios y de felicidad. No nos cuenta de lxs miles de chicxs a lxs que ayudó aunque eso está presente en el aire, en las velas prendidas al Gauchito Gil y en la risa de las niñas y niños que reverbera en las paredes recién pintadas. Antes de irnos aclara que es una trabajadora social que jamás cobró un sueldo y tengo la impresión de estar frente a un potencial cuadro político de alto calibre. Mi amigo Darío Perez reflexiona que si Marisa hubiera podido terminar la primaria, hoy sería Cristina.

En el Foro también conocí a Lucas, el niño trans entrerriano de nueve años que logró cambiar el nombre y sexo asignado al nacer por el de su auto percepción. “Me llamo Lucas porque quiero” dice con la libertad y alegría de los que quieren y pueden, gracias a la Ley de Identidad de Género y Salud Integral sancionada en 2012.

En medio del Foro tuve que volver a Buenos Aires porque hacía varios meses habíamos decidido con una de mis ex cuñadas que festejaríamos el cumpleaños de sesenta de mi ex suegra en casa. Mi ex suegra no es la madre biológica de mi ex pareja, pero sí su mamá de crianza. A algunos les intriga el palimpsesto de familia ensamblada que tengo, que incluye a tres ex suegras que en diferentes grados cumplen el rol de la mamá y hermanas que no tengo, mis tres ex cuñadas que acrecientan ese tesoro de amigas/hermanas/tías confidentes sin las cuales no sabría vivir, y dos mamás/hermanas más que me trajo el viento. A veces me pregunto por qué aún no existe una palabra para denominar esas relaciones afectivas elegidas que rozan lo familiar pero después pienso que, a veces, al nombrar ciertas cosas les quitamos su posibilidad de transformarse.

Antes de llegar a Concordia pasé por la ciudad de Corrientes porque tocaba ahí mi banda preferida de música electroamericana. Quizás porque esa música apela a un recuerdo ancestral de tribu, o simplemente porque estar al borde del Paraná es vitalizante, conocí gente con historias extraordinarias. El atardecer del día siguiente me encontró en la orilla del río comiendo chipá (el chipá correntino, género masculino y con tilde en la “a”, variante de la chipa paraguaya de género femenino y sin tilde), comiendo chipá decía, con un varón cis gay que tiene dos mamás, una biológica y otra de crianza, por quien la mamá biológica abandonó al papá durante el embarazo para armar un nuevo hogar. Entre cocidos y chipás me aclara sin embargo que no siente diferencia de grado entre sus dos mamás porque la que no es biológica ya estaba presente durante su gestación, de modo que él pudo sentir desde el vientre ese amor proyectado antes del alumbramiento. Es una de las historias más lindas que escuché en mi vida.

Un poco aturdido por las trasnochadas correntinas, la intensa agenda del Foro de Concordia y el festejo de cumpleaños de mi ex suegra, me encaminé hacia el Encuentro Nacional de Diversidad de la Federación Argentina LGBT que ocurría a continuación de la XXVI Marcha del Orgullo LGBTIQ en Buenos Aires. Participar en estas actividades y abrazar el activismo es hoy más urgente que nunca porque el gobierno de Mauricio Macri nos está matando. Está oprimiendo a todos los que estamos fuera del estrecho pero poderoso segmento heteronormativo patriarcal patronal. Por primera vez en los veintiséis años de marchas del orgullo amanecimos con un camión hidrante, amenzante y provocador, en la puerta de mi casa y en la puerta de la tuya y en la puerta de la casa de todos, que es el Cabildo. Al aumento de violencia institucional y represión de la protesta social se agregan el nuevo protocolo de seguridad para la diversidad sexual (¿Qué le puede seguir a ésto, se preguntó Analía Mas en el Foro de Concordia, un protocolo para detener pueblos originarios?) y el proyecto de ley perversamente llamado de “libertad religiosa” que fuera de otorgar libertad alguna, cercena los derechos conquistados y alambra el camino hacia un laicismo efectivo.

En el Encuentro Nacional de Diversidad escuché el reclamo de un varón trans a quien, en medio de sus entrevistas de trabajo, lo enfrentaron con un formulario que demandaba información más allá de su orientación de género, y un examen médico pre ocupacional en el que le solicitaron un test de VIH por pertenecer a un grupo de riesgo – cuando sabemos que no hay grupos de riesgo sino sólo factores de riesgo, como compartir jeringas. Me pongo a pensar si los derechos que nos dieron las leyes de vanguardia que supimos conquistar no se vuelven abstractos en esta coyuntura política de despidos masivos, desempleo y planes de flexibilización laboral. El compañero trans explica su caso con soltura y determinación y se produce un intercambio chispeante y nutritivo con María Rachid que coordina el encuentro. Continúa el debate por otros temas pero yo me quedé girado en mi silla mirando al compañero. Algo de su reclamo y su actitud revoltosa pulsó una cuerda que vas más allá del activismo. Trato de prestar atención a lo que está explicando María pero no logro concentrarme. ¿Será que me está gustando el compañero?

Cuando era chico las opciones en Buenos Aires eran muy pocas, igual que en la tele. Teníamos cuatro canales en blanco y negro: el 7, 9, 11 y 13. Si tu edificio tenía torre con antena capaz cazabas algo del canal 2 de La Plata. En mis primeros pasos como gay fuera del armario, un terapeuta freudiano me exhortó a no darle mi teléfono a nadie porque me podían matar, sugería sacar una casilla de mensajería. Más recientemente al hablar de poliamor un analista transpersonal me alentó a “no hacer lío”. Hoy aprendo que la orientación sexual es una obra en permanente construcción. Oigo hablar de géneros fluídos. En el Foro de Concordia María del Carmen Mangold nos recordó que aunque estamos atravesados por nuestra propia construcción, ahí donde esa construcción obstruye la posibilidad de felicidad, puedo deconstruir los saberes adquiridos y volver a construirme para no enfermar. Para ser feliz, plenamente yo, aquí y ahora.

Al final llegó el cable a casa, con un montón de canales y a todo color. Pienso: Mamá, no soy gay, soy un varón cis gay transicionando a pansexual poliamoroso. Si mi madre no estuviera muerta, se moriría de nuevo. Por suerte hoy tengo a todas mis mamás ensambladas, que son de fierro.

Mamá, no soy gay, soy un varón cis pansexual poliamoroso
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