No estoy listo pero llegó el día
Dejé (otra vez) mi trabajo, puse la casa en venta, repartí los libros y me voy a viajar sin plazo. Cuando tenía veinticinco años y no existía internet viajé un mes por Asia con folletos de las embajadas como única brújula. Y dos semanas de curso de meditación en el Centro Sai Baba de la calle Uriarte. No estaba listo para ese viaje. No estaba listo para nada. Me dí unos cuantos golpes pero también aprendí que lo que había deseado siempre era esa vida de algunos gringos de clase media que se toman un año de viaje después de terminar los estudios. Ese tiempo donde, si uno se esfuerza, el conocimiento aprendido puede estallar y cuestionarse para volver a armar una nueva identidad.
Hasta ahora nunca había podido tomarme el año de viaje pero hubieron otros recorridos. Se extendieron de viajes geográficos a viajes internos, como salir del armario gay, el re-aprendizaje de la historia luego de la dictadura, viajes a otras modas, cuerpos y lecturas, a otros espacios de socialización y hábitos de consumo y a nuevos abordajes de la espiritualidad. Viajé a visitar la muerte cuando tuve cáncer y después viajé a una nueva posibilidad de estar vivo. También viajé a nuevos paradigmas de belleza y especialmente de felicidad.
Ahora tampoco me siento listo, pero en los próximos días me voy a un viaje por los bordes. Donde la música, los libros y el conocimiento popular marcan el itinerario. A bailar música electroamericana, rock paraguayo, rap en quechua y cumbia psicodélica. A leer relatos de montañas, selvas y playas escritas por superhéroes que jamás ganarán un premio literario. A aprender tradiciones indígenas. A lecturas de poesía en plazas, a marchas y a amistades nuevas y profundas.
Orillo este camino hace un par de años. De la mano del quechua llegó la obra del escritor peruano José María Arguedas. El rapper quechuahablante Liberato Kani cuenta que gracias a Arguedas se activó una luz en su mente. ¿Qué hubiera sido de mí si no hubiese agarrado un libro que me recordara mi pasado? se pregunta Kani. Le pedí al vendedor de una librería en Lima, que ya es consejero y amigo, “El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo” de Arguedas. Esperaba la sonrisa que los libreros disimulan cuando un cliente conocido pide uno de sus libros favoritos. No fue así. Con paciencia de maestro de escuela frente al alumno que nunca aprende me dijo “Zorro” no es para tí, mejor empieza por ésto, y puso en mis manos la edición cententario de “Los Ríos Profundos“.
Hice varios viajes al amazonas peruano para acercarme al conocimiento de la naturaleza. Bailé con Super Eme en un sótano de Barranco, hice el amor y no la guerra en el edificio de Tarata que bombardeó Sendero, leí dos biografías de Abimael. ¡Canté con Wendy Sulca en la Concha Acústica! Nada de eso son credenciales suficientes para acceder al texto mítico de Arguedas. Mirándome fijamente reiteró: Mejor empieza por ésto. “Los Rios Profundos” y las lecturas que puedan seguir después, viajes por la sierra, alguna reyerta en la periferia de Lima, incluso un amor difícil de anticipar, armarán un programa en constante construcción que podría expulsarme a los universos infinitos e inclasificables, pero no por ello sin reglas, donde podré leer “Zorro” con la venia de los quechuas. Pero aún no. No estoy listo. Este camino recién comienza.
Unas semanas más tarde estaba reunido con amigos en Asunción. Entrada la noche, se debatía la marcha del 25N Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que ocurría al día siguiente. Ya eran más de las cuatro de la mañana y las cervezas no paraban de llover. Con sentido práctico pregunté ¿a qué hora es la marcha? Desde las cuatro de la tarde, respondieron. Entonces alguien agregó: los campesinos marchan a las ocho de la mañana. ¿Hay dos marchas del 25N? Claro. Los campesinos son trabajadores, marchan temprano. La de la tarde es la marcha burguesa, deslizaron. ¿Dónde concentran las campesinas y los campesinos? ¡Quiero ir! Cruce de miradas, más expresivas que la del librero de Lima pero no por ello más auspiciosa. Mascullaron un par de “no” o “mejor no”. Puedo hacer algunas llamadas, arriesgó uno de los presentes. Arqueo de cejas. Mejor no, terció otro. Una vez más, no estoy listo.
No por acaso el idioma guaraní tiene dos formas de primera persona del plural. Una manera de explicarlo (casi nada parece explicarse de una sola manera en este hermoso idioma) es la siguiente: ñande nosotros incluyente, que equivale al “nosotros” del castellano, incluye a todo el colectivo plural de primera persona; y ore nosotros excluyente, que no existe en castellano, incluye al grupo exclusivo del cual forma parte el hablante. Ore Mba’apohara, nosotros los trabajadores, dicho por un trabajador frente a la patronal. Aquella madrugada de debate político pensé que nosotros, los amigos y yo, éramos ñande. Los amigos empiezan a sentirme más próximo, pero hay un límite de ore que me excluye de sus universos infinitos e inclasificables donde encontraré respuestas. No abandono el viaje, tampoco la esperanza.
A medida que avanzo en este camino me doy cuenta de que quizás nunca llegue a estar listo para nada. Realicé sesudos estudios dentro de la normatividad universitaria que me condujeron a varios años de producción capitalista. Fui considerado un referente en mi especialidad, con autoridad para hablar y escribir sobre ese sistema de producción. Cuando revisé la historia aprendida, cambié mis espacios de socialización y hábitos de consumo, cuestioné los paradigmas de belleza y desarmé las pautas de discriminación, me encontré, me encuentro, al principio de todo. Entre el repudio y el sentimiento de inadecuación germina una certeza: que la vida fuera de la norma es un kaleidoscopio insondable donde todas las formas de felicidad son diferentes y posibles. Quizás sea tarde y nunca estaré listo para este nuevo viaje. No lo sabemos. Tampoco importa. Mientras tanto convivo con un vacío que me vuelve, espero, más verdadero. Aprendo algo nuevo: ahora es siempre el mejor momento para empezar.