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Marketing Espiritual

Spoiler alert: éste no es un artículo sobre marketing espiritual. La senda del chamán no está exenta de paradojas ni de algún que otro milagro.

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Una versión modificada de esta nota fue publicada en Pagan Pages

Era el 5 de agosto de 2018. El calendario chino auguraba un día auspicioso para rituales pero desfavorable para emprender viajes largos. Aunque me había mudado a Bangkok hacía menos de dos meses, ya tenía un café favorito. Me instalé ahí con un matcha latte, pocas ideas y bastante fastidio.

La semana no había empezado bien: un sitio web que recibía nueve millones de visitas por mes me había rechazado un artículo. El contacto vino a través de mi agente, el tema era la vida en comunidad. Me interesaba difundir esa propuesta de vida solidaria, un poco hippie y bastante chamánica. Tenía miles de ideas, pero el sitio en cuestión puso condiciones estrictas: un artículo corto, en tercera persona, con información práctica y consejos simples para mejorar la vida de sus millones de lectores. Exactamente lo contrario a la forma en que escribo: artículos largos, en primera persona, sobre mi perplejidad ante los postulados de la vida moderna, sin llegar a ninguna conclusión o resolviendo que las preguntas que nos formulamos nunca son las adecuadas. Si tuviera consejos simples de implementar yo sería el primer beneficiado: festejo el día en que el número de visitantes a mi sitio supera los dos dígitos.

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Decidí hacer a un lado el cinismo y escribí el artículo según el formato propuesto. Pero hubo un malentendido entre mi agente y la editora del sitio web: lo que en realidad buscaban eran "estrategias para crear relaciones más significativas en tu barrio, como organizar paseos, unirse a nuevos grupos, etc." Me preguntaron si podía "darle una vuelta" para adecuarlo a ese objetivo.

Por supuesto que estuve dispuesto a "darle una vuelta." Me encontraba en medio de la campaña de promoción de la novela Shaman Express, cualquier posibilidad de difusión era bienvenida. "Aprovechá cada oferta de mostrar tu trabajo en plataformas diferentes," era el consejo de un blogger que enseña a ganarse la vida como escritor. "Vas a tener que soportar mala paga, editores arbitrarios, y cualquier tipo de trabajo que te ofrezcan," alertaba otro blogger especializado en trabajo freelance. Pasé toda la semana intentando transformar el artículo sobre la vida en comunidad (solidaria, hippie, chamánica) a la idea del barrio target del sitio web (clasista, endogámico, consumista).

Empecé por revisar mi experiencia más reciente: Banglamphu, el barrio donde me había instalado apenas aterrizado en Bangkok. En un hotel, no de los que te dejan un chocolate en la almohada, sino más bien sofocante tipo el Hotel Earle de Barton Fink. Por las mañanas me sentaba a escribir en un bar, y a la tarde me acercaba a un grupo esotérico frecuentado por forajidos con cierto olor a santidad. Me convencieron, fácilmente, de que todo lo que me rodeaba era un ciclo repetitivo y transitorio de sufrimiento causado por el apego. Me pregunté: ¿para qué generar sufrimiento adicional con un artículo sobre paseos en grupos barriales?

Aún a riesgo de perjudicar mi despertar espiritual, me mudé a un departamento en una zona residencial. El edificio albergaba nómades digitales tan transitorios como su juventud. Empecé a reconocer algunas caras en la despensa de al lado, pero ninguno me devolvía el saludo en el ascensor. Quizás porque no usaba el gimnasio del edificio. La estadía en ese barrio (efímero, alienado y anónimo) tampoco aportó material para "darle una vuelta" al artículo.

Antes de empezar este viaje viví varios años en una casa en Buenos Aires. Me conecté con los vecinos sólo en dos ocasiones. La primera fue un intento de soborno con botellas de vino para que no me denunciaran por ruidos molestos la noche de mi fiesta de cuarenta años. Resontante fracaso. La segunda vez fue cuando traté de juntar firmas para derribar la antena de celular instalada en el colegio armenio de la cuadra. Confrontados entre el cáncer de cerebro y la promesa de salvación, los vecinos apostaron a la eternidad. El colegio nunca más me invitó a la kermese.

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  • El Buda Oculto

Entendí que, para adaptar el artículo, más que "darle una vuelta" tendría que hacer una pirueta mortal. "Si no tenés nada que decir, tampoco cantes," recomendaba un bloguero experto en tecnología, cultura y startups. "Sorprendentemente, una vez que nos acostumbramos a la idea de la muerte, experimentamos una gran libertad," anunciaba el Libro Tibetano de los Muertos. Entendí que, a pesar del imperativo de promocionar la novela, tenía que actuar con integridad y no modificar ese artículo. La inmediatez de la libertad me embriagó.

Entonces surgió la oportunidad de escribir sobre "Espiritualidad sin Religión" para una revista sobre chamanismo. Mi primera reacción fue desarrollar una crítica sobre la Iglesia Católica. Volví a leer los documentos del Vaticano contra la revolución francesa, los principios republicanos, el movimiento New Age, yoga y Kant. A pesar de la mudanza del hotelito infernal a un departamento de Airbnb, continuaba con los estudios esotéricos con renovado ardor. Había incorporado principios edificantes tales como confiar en el camino espiritual en lugar de desafiarlo. Una parte medular de la práctica consistía en vaciarme de pensamiento negativo, intolerancia y cinismo. Nuestro maestro había enseñado: "Dinero, fama, comida, Facebook, fantasías, series, redes sociales, videojuegos, chismes, amor, lujuria, trabajo, guerra, dolor, poder. La lista no tiene fin, y tampoco su condición." Tuiteé: "La compulsión sólo se sustenta en la ilusión de una sustancia continua, resistente, vinculante." A esa altura, no tenía sentido responder a la oportunidad de escribir sobre "Espiritualidad sin Religión" con una diatriba contra la burocracia más antigua del planeta.

Confundido, medité sobre el vacío infinito que nos separa de todo. Aquel día nuestro maestro planteó una forma de espiritualidad sin dimensión religiosa, un poder superior con posibilidad de conexión universal. Su comprensión implicaba un cambio psico-espiritual, que habitualmente llamamos despertar. Una fuerza superior a la que todos podemos conectarnos. No se trataba de una relación humana como en la tradición judeo-cristiana, tampoco de una experiencia fuera del cuerpo. Era una práctica sólo verificable allí donde no cabe la posibilidad de ninguna existencia. La experiencia espiritual como ausencia de objeto, no como objeto en sí mismo.

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  • El templo de "Zenko-ji," en lo que es hoy la ciudad de Nagano, fue construido en el año 654 DC para conservar la primera imagen budista - "Ikkosanzon Amitabha Nyorai" - que llegó a Japón desde India via Corea. Durante el viaje la estatua fue descuidada y casi se hunde en el océano. Al llegar fue depositada en una cámara hermética debajo de un templo primitivo, de modo que nadie pudiera observarla. Se estima que nadie ha visto el "Nyorai" en los últimos mil años, con la excepción de un monje hace algunos cientos de años a quien se le encargó que comprobase su existencia. Lo más cerca que cualquier mortal puede llegar del "Nyorai" es a tocar el candado de la puerta de la cámara que lo atesora. Para llegar a esa puerta hay que ingresar por debajo del altar y caminar en la oscuridad de un túnel llamado "Okaidan." Al franquear la última esquina del túnel, no se percibe ni el más mínimo rayo de luz. Sumergidos en la total oscuridad, es necesario valerse de la fe como guía. Éste es un aspecto clave del "Kaidan Meguri" o lo que se conoce como "recorrer el sendero de Buda." Al atravesar la oscuridad de modo lento y consciente hasta llegar al otro lado, nos movemos a través de la muerte y volvemos a nacer, experimentando una forma simbólica, y quizás también espiritual, de la iluminación.

Parte del entrenamiento consistió en escribir, en dos columnas, todas las razones para creer en una fuerza superior y las razones contrarias. Escribí ésto:

Razones para creer:

  1. La experienca directa de un poder superior alcanzadao en meditación, yoga y viajes chamánicos.
  2. La guía espiritual que se presenta en esta vida bajo la forma de amigos, compañeros y maestros, reconocibles de vidas anteriores.
  3. El conocimiento intuitivo de vidas previas en esos encuentros, que explican la falacia del ser-separados o la des-conexión.

Razones para no creer:

  1. La defensa del ateísmo como postura política.
  2. La información científica.
  3. El rol tóxico de las religiones, especialmente las abrahámicas (judíos, cristianos y musulmanes).

El maestro leyó, asintió, y explicó que las religiones son el intento del hombre de organizar la experiencia espiritual. Organizadas de tal manera, incluso en forma honesta, las religiones están corrompidas justamente por ser organizadas por el hombre. Un intento vano porque, insistió, el camino espiritual es la ausencia de objeto, no el objeto en sí mismo. En esa búsqueda de espiritualidad sin objeto, el tiempo y el espacio adquieren una dimensión diferente. Mientras que la espiritualidad plantea una posibilidad, la religión es sólo una necesidad.

"Muy bien," concluyó. "Tu primera columna es la espiritualidad, la segunda es la religión. Así se explica la espiritualidad sin religión." Me quedé sin palabras, él acababa de escribir el artículo por mí. Es la espiritualidad, y no la religión, el camino para alcanzar esa libertad que todos buscamos. La senda del chamán no está exenta de paradojas, ni de algún que otro milagro: quien encuentra un maestro sabio, no necesita dar saltos mortales.

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Las fotos, el relato sobre Ikkosanzon Amitabha Nyorai, y sus elementos textuales fueron generosamente contribuidos por Darkle, mi amigo y compañero en el sendero espiritual. Darkle es escritor y director de cine además de fotógrafo. Podés visitar su obra aquí:
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